Uno de los aspectos más interesantes de los trabajos de Javier Cuellar y Max – Steven Grosman tiene que ver con la noción de lugar. Si aceptamos que el paisaje en la obra de arte es la representación cultural del espacio como lugar (Massey, 2005), resulta claro que cada representación de un paisaje en una obra está cargada de significantes que señalan una especificidad cultural que el espectador podrá reconocer. Lo que ocurre con la obra de estos dos artistas es que a través de la explotación de facultades mecánicas y digitales de la cámara fotográfica abstraen el paisaje, borrando la especificidad del lugar donde fue hecha la foto. En la obra de Cuellar no hay ningún elemento que pueda arrojarle pistas al espectador sobre el lugar de la foto; mientras que en la obra de Grossman el espectador dispone exclusivamente del título para arraigarse en un lugar, mientras que la imagen hace que sus esfuerzos por reconocer algún elemento cultural resulten fútiles.
En esta medida, nos encontramos con obras que entablan una relación paradójica con la presencia del paisaje, pues el espectador espera una representación directa y literal de la realidad, cosa que Cuellar y Grossman evitan y desmantelan. Así, el espectador de la obra de estos dos artistas debe inventar dinámicas de observación que se escapan de lo que normalmente podría esperar tanto de la fotografía como de lo que usualmente se busca ver en un paisaje.
Paula Silva Díaz
Curadora y crítica independiente