El arte [en el espacio] urbano reaparece entonces, ya no para convertir una calle en galería, como en los 70, sino para enfrentar las presiones del poder (en últimas, económico) que pretende hacer de la ciudad tan solo un buen negocio donde nos vamos consumiendo.
Armando Silva
Bogotá SAS surge de la aparente contradicción que puede haber entre un espacio colectivo –en este caso la ciudad– y aquellas siglas (Sociedad por Acciones Simplificada) que indican que ha sido apropiado para un uso privado. Señala, así, algunos de los debates contemporáneos sobre las ciudades que evidencian las tensiones entre lo público y lo privado.
En este marco, trabajamos en especial en lo que concierne al espacio urbano y el derecho que tienen los habitantes de la ciudad a su uso y modificación. Bajo esa premisa nos remitimos a la década de 1990 que significó para Bogotá –y para el arte–, un momento de especial interés, puesto que desde las políticas públicas se complejizó la relación entre los ciudadanos y el espacio público, entendido como aquel donde hay desencuentros, incompatibilidades y espacios de diversidad.
La capital vivió una serie de cambios respecto a lo que la década de 1980 y principios  de la de 1990 había significado en cuanto a la concepción de ciudad. Heredaba un tiempo sangriento y pretendía reconstruir sobre la ruina. No obstante, 20 años después y muchas preguntas sobre lo que padece la capital actualmente, es relevante preguntarse ¿qué podemos aprender de ese pasado?, ¿qué cuentas están pendientes? y ¿cuál es el espacio público que nos merecemos hoy los bogotanos? Más que una retrospectiva, buscamos actualizar y generar nuevas miradas sobre procesos vividos en dicha época cuya vigencia se mantiene en el presente.
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